Crónica personal de un viaje por la ruta de los caballeros
Partí de Madrid hacia la una de la tarde del sábado, explicando a amigos y conocidos que es la mejor hora, porque el sol alto no molesta en los ojos, el asfalto está caliente y tiene mejor adherencia y la carretera empieza a bajar de intensidad circulatoria. En realidad uno sale a esa hora porque es un vago y no le gusta despertarse temprano. Además, mi chica me vino a despertar con sus cruasanes y no era cuestión de hacerle un feo.
La Dragoncita arrancó en el garaje con ganas y brío, parecía impaciente por lanzarse a la carretera, se ve que ya estamos en la misma onda. En cuanto cogió temperatura, enfilé la M40 y empecé a estirar revoluciones. 110, 120 por hora y todo como una seda. Cojo la carretera de Colmenar con tráfico denso pero fluido (como dicen en la radio?. 90-100 de media hasta que llegamos a la desviación a Cerceda y los enlatados parados, uno detrás de otro sin remisión.
Entonces es cuando se te pone la sonrisa de oreja a oreja y los vas dejando atrás por docenas, primero por el arcén (si, ya sé que no se debe, pero despacito, a cincuenta es más seguro que pisando la raya de en medio). Y luego por el centro de la carretera.
En Cerceda el tráfico cede, las rotondas se suceden y cada vez que las tomo pienso si no será la primera en que me roce el caballete con el suelo. Debo ir tranqui, por que hasta ahora no me ha pasado.
Pronto empieza la subida a Navacerrada y la Dragoncita se agobia un poco. Normal, es mucha cuesta . De 110 paso a 100, luego a 90 y ahí se queda. Pillo el final de una caravana y ni hablar de adelantar. La aguja de la temperatura empieza a subir y ahora el que se agobia soy yo, no me vaya a petar la pobrecilla que aquí me quedo.
El viento está fuerte en la cumbre de Navacerrada (1880 metros) pero pasamos y de pronto la Dragoncita parece que diera un bote y empieza a embalarse. Sin hacer el loco, pronto empiezo a alcanzar la caravana, adelanto a uno, a dos a tres, con facilidad. El aire es fresco y húmedo de este lado de la sierra. Los pinos sombrean el asfalto y más abajo las hojas caducas pintan en infinitos tonos de verde, pardo y magenta todo lo que mis ojos pueden ver. Me conozco esta carretera muy bien en coche, y las siete revueltas pasan sin novedad. Bajando apenas con el freno motor y el aire frío hacen que la temperatura del motor descienda hasta encontrarse de nuevo en forma.
Ya en las curvas de Segovia, llegando a La Granja, pasamos la boca del Asno, alcanzo a una Goldwing que va perezosa, disfrutando el paseo, su piloto mirando hacia los lados y absorbiendo el paisaje. En cuanto me ve en el retrovisor, un golpe de puño y lo siguiente es una pulga que se pierde en el horizonte.
La carretera de La Granja hasta Torrecaballeros es una gozada de curvitas, sin tráfico. La moto ronronean de placer y el calor que empieza a apretar pero no agobia, simplemente pinta de amarillo las llanas extensiones de Castilla, a mi derecha las sierras, a mi izquierda, las tierras de los caballeros matamoros.
En Sotosalbos, un precioso pueblito, comparto mesa y conversación con unos amigos entrañanbles, me tomo unos cafés con ellos después. Luego, una siestita a la sombra para mí y la Dragoncita.
Seis y media. Le pego a la moto un cartelillo con cinta aislante sobre el cuentarevoluciones, en el que listo los pueblos y carreteras que me llevarán hasta los amigos de Valladolid. Turégano, Aguilafuente, Hontalbilla, y no me acuerdo qué más…
Castilla la Vieja es ancha, reverbera bajo el sol y en sus pueblos los viejitos me miran al pasar, con poca curiosidad y mucho aburrimiento. El asfalto es bueno, de vez en cuando las curvas me alegran el recorrido y a una media de 100 a 110, la carretera se desplaza bajo mis ruedas con alegría y facilidad.
Llego a Cuellar, llamo a los pucelanos y se ofrecen a buscarme a mitad de camino. Les digo que no, que no hace falta, porque en le mapa está todo tan claro que me da palo que se vengan hasta allí. Arranco y pronto estoy en Portillo, cojo la nacional y en minutos me rodea el tráfico de ciudad grande y activa, pronto llegaré.
Al poco rato estoy en la calle principal de Laguna del Duero, esperando a usex9 y disfrutando del cansancio del camino, del calor del motor entre mis piernas, y la alegría de un pueblo lleno de jóvenes, de vida despertando al frescor del crepúsculo.
Lo de la chuletada, la cena, las copas, la marcha lo dejo para otro post.
La vuelta fue también muy bonita. Salí sobre la una, porque con lo poco que había dormido si esperaba a después de comer no salía ya nunca o me quedaba dormido sobre el manillar. Así que a la hora en que no hay sombra, con un calor de tres pares de narices, arranqué.
En la nacional bastante bien. Mucho viento, iba a veces tumbado en línea recta. Y entonces me di cuenta de una verdad cósmica e irrefutable: 250 cc VAN MUY JUSTITOS PARA IR POR CARRETERA NACIONAL. Ejemplo: intento adelantar un camión que va a 90 y desisto al poco de empezar, porque calculo que me llevará un minuto y medio superarlo y lo más probable es que me voy a encontrar con un coche de frente que me va a dejar como el mosquito que se acaba de espachurrar contra la visera de mi casco.
Por suerte, me acuerdo de otros colegas de Segovia y me desvió hacia la ciudad del acueducto y el cochinillo. Entonces me encuentro en el elemento en el que mejor se mueve la Dragoncita: carretera comarcal o provincial de buen asfalto pero poca circulación: curvas suaves, pueblos vacíos en los que levanto al visera para respirar a gusto, tonos manejados por el sol despiadado que dan imágenes amarillas, duras, blancas, despiadadas cayendo sobre la carretera. El goce de sentir el motor responder al golpe de tu puño derecho, aunque vaya casi siempre a tope y alG final del recorrido.
Entro a la comunidad de Madrid por el Alto de los Leones, viéndole el culete a un
Ferrari testarrona que me deja clavado y sordo con su aceleración de platillo volante. También me adelantan un par de japonesas, una de ellas con paquete de tanga azul.
T0odos, o casi toso los motociclistas que me cruzo (y más en las desoladas –de sol- de Castilla, saludan muy simpáticos al cruzarnos).
La bajada de los Leones es una buena bajada, en todos los sentidos, con el atascazo en la A-6 que sorteamos como podemos. Una parada en la gasolinera antes de la m-40 para llenar el depósito de la moto de gasota y el mío de aquarius (perdón por la publi) y me encuentro al testarrona aparcado ahí y a su dueño, de cincuenta años, gordito, con gafas y calvo, comprando un paquete de tabaco y el playboy.
Llegamos a casa una media hora después, la Dragoncita y yo cansados pero felices, de haber visto la carretera bajo nuestros pies, el colocón de los kilómetros pasando bajo nuestras ruedas, el cariño de la gente que aprecia tu llegada y la delicia de sentir la ilusión de libertad que dan estas dos ruedas.
Esto hay que repetirlo…. pronto. Mestral, te entiendo perfectamente, los kilómetros que te comes con la X son un esfuerzo bien recompensado. Son placer, son dicha de sentirse en movimiento, de descubrir sensaciones nuevas, que aunque te las expliquen no las comprendes.
Me temo que la 500 cae la próxima primavera…
Chicos de Pucela, lo repito, sois cojonudos y os quiero mucho....